Mirando por encima del hombro

10.16.2005

Un día cualquiera

Llueve. Esta mañana he tenido que olvidarme de mi paseo dominical por el Vieux Port (la lluvia y los adoquines no son una buena combinación). He decidido preparar una comida de acuerdo con la estación y con alguno de los ingredientes que mi madre me puso en la maleta. A ver, pasemos lista:

1 barra de 1kg y medio de callos
medio jamón de bellota deshuesado
medio lacon envasado al vacío
1 lomo
1 longaniza de payés
3 kgs de chorizos
1 queso mediano manchego
1/2 de Idiazábal
1/2 de Cabrales
6 latas de fabada litoral
1 bizcocho casero
2 botes de aceitunas
1 paquete de Cola-Cao
4 botes de mermelada casera (tomate, moras de zarza, calabaza y ciruela)
6 botellas de vino
y un montón de chucherías varias

Así que hoy, aprovechando que estoy solo, me voy a preparar unos callos con garbanzos acompañado de un buen Ribera del Duero.

Parece sencillo ¿verdad? Pues que sepáis que todo ésto me podría haber costado un buen disgusto en la Aduana. Ya comenté en alguna ocasión que los vuelos directos de España son revisados siempre por personal de Agriculture Canada con su simpático perrito pointer. He comprobado que el resto de los vuelos son sometidos a controles aleatorios. Esta vez, al venir dese Amsterdam, me he librado de una buena.

Pero aún así, merece la pena en estos días lluviosos del otoño abrir una pequeña parcela española en Montréal. Cuando mi apartamento, tan típicamente Montréalais, se impregna de los olores de un cocido, unas lentejas, una paella o unas migas de vendimia (sí, también las sé cocinar), se me va la morriña y me siento un poco más a gusto en esta ciudad.

Hoy me siento un poco Carvalho, y creo que no me apetece cocinar para uno. Invitaré a Martin a comer. Él ya está acostumbrado a los excesos de la gastronomía regional española y no creo que le disguste el menú.