Llevo casi dos semanas recibiendo felicitaciones de Navidad, con lo que, si mis cálculos nome fallas, este año la Navidad ha empezado a mediados de Noviembre. No es que me extrañe, ya que aquí, a semejanza de Estados Unidos, desde el 1 de noviembre pasan las fiestas sin solución de continuidad (Halloweeen, Thanksgiving, Navidades ...). Sin embargo, las felicitaciones más tempranas me llegan desde España, por lo que es fácil deducir que ya es Navidad en el Corte Inglés.
Yo, sin embargo, me resisto a decorar la casa antes del 14 de diciembre. Siempre he esperado con ilusíón la semana antes de Navidad, fecha en la que mis padres montaban el belén y colocaban la guirnalda en la puerta de casa. Luego, a base de mucho insistir mi hermana Cris y yo, llegó el árbol, y poco a poco fue desplazando al belén como símbolo navideño. Durante los quince días que permanecía en el salón, la casa tenía un ambiente especial. Daba gusto llegar a casa tras el colegio y ver el árbol encendido, como prólogo de las vacaciones, las reuniones de familia y los regalos. Ahora, si desde mediados de noviembre ya está preparada toda la parafernalia, supongo que perderá parte de su efecto, ya que para el 24 de diciembre todo el mundo estará más que saturado de arbolitos, anuncios de turrón, perfumes y juguetes.
Como decía, yo estoy curado de espanto, ya que aquí hay tiendas de artínulos de Navidad abiertas todo el año. Hay una en Québec que os recomiendo visitar si tenéis la oportunidad (ánimo que Air France está ofreciendo vuelos baratos, o al menos eso me cuentan).
Esta semana ha sido bastante estresante, más que nada debido a la mudanza (¿definitiva?) de Michelle a mi apartamento. Aunque suene a tópico, no puedo dejar de asombrarme por la cantidad de trastos inútiles que pueden acumular las mujeres durante un año. Hemos tenido que facturar tres cajas de 4o kilos cada una a casa de sus padres, ya que en mi apartamento no cabía todo. De los tres armarios de la casa, me he quedado con el más pequeño y aún me sobra espacio. El resto, incluidos los altillos, han sido ocupados por ropa a la que he dado un plazo máximo de 6 meses: si no se la he visto puesta en ese plazo, la donaremos a una ONG (es un acuerdo mutuo, no una imposición....)
Aunque solamente llevamos 4 días conviviendo en esta nueva situación, creo que las cosas nos van a ir bien. Es agradable ver por toda la casa objetos que no son míos. El cambio lo he notado en el cuarto de baño, donde el hecho de ver su albornoz colgado al lado del mío detrás de la puerta me provoca una sonrisa y una agradable sensación de hogar compartido.
Ayer lo celebramos a su manera: yéndonos a patinar sobre hielo. Ayer inauguraban la Patinoire du Bassin Bonsecours, en el Vieux Port de Montréal. Allí estábamos desde las 9 de la mañana, a 4 grados bajo cero, y no volvimos hasta que terminó el espetáculo a las 21 horas. Paramos, eso sí, un par de horas para comer en Le Chalet, un restaurante de pollos asados bastante famoso en Montréal y varias veces para tomar "chocolat chaud" y no desfallecer. Tengo unos tirones horribles en los gemelos y el los cuádriceps, producto de la falta de experiencia en este deporte. Sin embargo, merece la pena el espectáculo de fuegos artificiales que ofrecen sobre las ocho de la tarde. El reflejo de las luces en el hielo me causaron sensación, debe de ser porque yo asocio fuegos artificiales con el verano....
Sigo pensando si volver a casa por Navidad o no. Llevo dos años igual. A lo mejor luego se lo planteo a Michelle, a ver si ella tiene las ideas más claras.