Sin títulos. Este es un auténtico post de transición. Estoy en casa, de nuevo lo que significa volver a ver a mis padres, a mis hermanas, a mis amigos, no tener tiempo para ver a todos, comer dos y tres veces, cenar otras tantas y tomar infinitos cafés en los bares de siempre. Quien me quiere ver, tiene que pedir cita. Estoy poniendo de moda quedar para desayunar. Muchos viejos amigos, poco tiempo y muchas cosas que contar es una mezcla peligrosa.
He vuelto a recuperar el Madrid de los Austrias, un poco más sucio y vacío que de costumbre. Echaba de menos el té frío con hierbabuena del Café del Nuncio, las cañas en "La taberna del Alabardero" y he descubierto al menos diez pequeños restaurantes que merecen la pena.
Mis amigos se siguen burlando de mi acentillo indefinido que siempre traigo de recuerdo, alguna ex novia se sigue acordando de mí (para bien) y por suerte, los días oscuros y tristes de Londres parecen una pesadilla lejana.
Pero siguen ahí.....
No puedo evitar sentir remordimientos por sentirme alegre, cuando sé que, lejos de aquí, en un pequeño pueblo costero de Canadá, Michelle y su familia siguen inmersos en un profundo y sordo dolor. Hablo con ella a diario, intento convencerla de que venga unos días a Madrid y a veces parece que hay alguna posibilidad, pero será difícil.
Mañana me voy al pueblo, solo. Quiero recuperar los amaneceres puros de Castilla, el silencio de la noche, las calles desiertas iluminadas por una pequeña bombilla amarillenta. Quiero recuperar el despertarme a las 7 con el rumor de los rebaños que cruzan mi calle, salir a comprar el pan candeal del panadero del pueblo de al lado, comer los piñones que aún me guardan las vecinas de mis abuelos, taparme con una manta por las noches, vivir sin televisión. Esto último es uno de los mayores logros de mi abuelo: siempre dijo que no quería tener ese trasto en su casa y se ha respetado su voluntad. Recuerdo que cuando era pequeño, cuando llegaba al pueblo tras un viaje que se me antojaba larguísimo, me pasaba los dos o tres primeros días protestando por no poder ver los payasos de la tele , el "Un dos tres" y los dibujos. Luego, en cuanto me reunía con los amigos del pueblo (¿Qué será de ellos?), me olvidaba de la tele hasta tal punto que, tras el verano, las tediosas tardes libres en Madrid se me hacían aún más insoportables en el salón, frente a los programas que al principio tanto añoraba.
Mi madre me ha dicho que aún está la radio que compró mi abuelo en los cincuenta, una reliquia frente a la cual nos sentábamos por las noches a escuchar "el parte". La recuerdo allí, en el aparador, imponente en su acabado de madera y el marfil de los botones, junto a la máquina de coser Singer de mi abuela. Al fondo el carrillón, cuyo toque de horas me asustaba por las noches hasta tal punto que mis abuelos tenían que desconectarlo para que pudiera dormir.
También estará la "gloria", cocina de leña que servía tanto para guisar como para calentar la plancha con las brasas. !Qué delicia en invierno sentarse en la cocina y sentir el olor de las piñas secas ardiendo!
Hace más de diez años que no piso el pueblo. Tendré que pasar la prueba del ¿Tú de quien eres?, que tanta vergüenza y malestar me causaba de pequeño:
- Y este mozo, ¿De quién es?
- Me llamo Arkimir
- Tú eres forastero ¿verdad?
- No sé (¿Qué será eso de forastero? Eso lo dicen en las pelis de indios!)
- ¿Ay, qué gracioso! ¿Pues no dice que no sabe si es forastero?. Tu debes ser de los Velones ¿no?
- ¿Quienes son los Velones?
- ¿Pues quién van a ser? Los sobrinos del Zorreras, los que se fueron a Madrid.
- ......
- ¿te ha comido la lengua el gato? ¡qué mozo más cortico eres!
- Mi madre se llama Angelines y mi padre Ramón
- ¿Anda!, tu eres nieto de la Chelines, de los de la era grande?
- No sé, mi abuela se llama Angelines, como mi madre.
- Pues eso es lo que estoy diciendo, eres de la Chelines de Madrid. Ay, no sé que os hacen en la capital que venís todos como si os hubiera dado un aire.
Ahora ya hablo el dialecto local y ya sé de quién soy. Las presentaciones serán mucho más breves.